Traducción de Mariel Rodés de Clérico y Wellington Neira Blanco en AA. VV., Diseminario. La descontrucción, otro descubrimiento de América, XYZ Editores, Montevideo, 1987, pp. 49-106. Edición digital de Derrida en castellano.
El ars inveniendi o el ordo inveniendi concierne tanto el buscar como el encontrar en el descubrimiento analítico de una verdad que ya se encuentra ahí. Para no encontrar al azar de un encuentro o de un “hallazgo” de una verdad que se encuentra ya ahí, es necesario un programa de búsqueda, un método y un método analítico, que se denomina método de invención. Sigue el ordo inveniendi (distinto del ordo exponandi), es decir, el orden analítico. “Hay dos clases de métodos: uno para descubrir la verdad, que llamamos análisis o método de resolución, y que podemos llamar también método de invención; el otro para hacerlo entender a los otros cuando se lo ha encontrado, que llamamos síntesis, o método de composición, y que también podemos llamar método de doctrina”. (Lógica de Port Royal, 1v, 11). Transpongamos: qué se dirá, a partir de este discurso de la invención, de una Fábula como la de Francis Ponge?. ¿Su primera línea descubre, inventa algo?. ¿O bien expone, enseña lo que acaba de inventar en ese instante?. ¿Resolución o composición?. ¿Invención o doctrina?. (continuará).
Se puede constatar en La lógica de Port Royal lo que podemos también verificar en Descartes o en Leibniz: incluso si debe regularse en una verdad “que debe encontrarse en la cosa misma independientemente de nuestros deseos” (111, XX, a 1-2), la verdad que nosotros debemos encontrar ahí donde se encuentre, la verdad a inventar, es ante todo el carácter de nuestra relación a la cosa misma y no el carácter de la cosa misma. Y esta relación debe estabilizarse en una proposición. La nombraremos a menudo “verdad”, sobre todo cuando pongamos esta palabra en plural. Las verdades son proposiciones verdaderas (11, 1X; 111, X, 111, xx, b, 1; IV, IX; V, XIII), dispositivos de predicación. Cuando Leibniz habla de “los inventores de la verdad”, es necesario recordarlo, como lo hace Heidegger en Der Satz von Grund, se trata de productores de proposiciones y no solamente reveladores. La verdad califica la conexión del sujeto y del predicado. Nunca se ha inventado algo, es decir una cosa. En suma jamás se ha inventado nada. Tampoco se ha inventado una esencia de las cosas, en este nuevo universo del discurso, solamente la verdad como proposición. Y este dispositivo lógico-discursivo puede ser llamado tekhné en el sentido amplio de la palabra. Por qué?. No hay invención sino a condición de una cierta generalidad, y si la producción de una cierta idealidad objetiva (u objetividad ideal) da lugar a operaciones recurrentes, por lo tanto a un dispositivo utilizable. Si el acto de invención no puede tener lugar más que una sola vez, el artefacto inventado, ese artefacto debe ser esencialmente repetible, trasmisible y trasponible. Los dos tipos extremos de las cosas inventadas, el dispositivo maquinal por una parte, la narración ficticia o poética, por otra parte, implican a la vez la primera vez y todas las veces, el acontecimiento inaugural y la iterabilidad. Una vez inventada, si se puede decir, la invención no es inventada si en la estructura de la primera vez no se anuncia o se promete la repetición, la generalidad, la disponibilidad común y por lo tanto la publicidad.
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Esta iterabilidad se marca, y por lo tanto se observa, al origen de la instauración inventiva, la constituye, forma allí un recipiente desde el primer instante, una especie de anticipación retrovertida: “por la palabra por”....
(._
Descartes se sirve en dos oportunidades de la palabra “invención” en la célebre carta a Mersenne (20 de noviembre de 1629) con respecto a un proyecto de lengua y de escritura universal:
“...la invención de esta lengua depende de la verdadera filosofía; pues es imposible de otra manera enumerar todos los pensamientos de los hombres, y ponerlos en orden, ni siquiera distinguirlos de manera que sean claros y simples, que es a mi entender el mayor secreto que podamos tener para adquirir la buena ciencia... Ahora bien afirmo que esta lengua es posible y que podemos encontrar la ciencia de la que depende, por medio de la cual los campesinos podrían juzgar la verdad de las cosas mejor de lo que lo hacen ahora los filósofos...” (subrayo).
La invención de la lengua depende de la ciencia de las verdades, pero esta ciencia debe ella misma ser encontrada por aquella y gracias a la, invención de la lengua que esa ciencia habrá permitido, todo el mundo, incluidos los campesinos, podrá juzgar mejor la verdad de las cosas. La invención de la lengua supone y produce la ciencia, interviene entre dos saberes como un procedimiento metódico o tecno-científico.
Sobre este punto, Leibniz sigue a Descartes, pero si reconoce que la invención de esta lengua depende de la “verdadera filosofía”, no depende -agrega él- de su perfección. Esta lengua puede ser “establecida aunque la filosofía no sea perfecta: y a medida que la ciencia de los hombres se acreciente esta lengua se acrecentará también. Mientras esperamos, será un auxilio maravilloso y para servirse de lo que sabemos, y para saber lo que nos falta y para inventarlos medios de llegar allí, pero sobre todo para exterminar las controversias en las materias que dependen del razonamiento. Entonces razonar y calcular será la misma cosa. (Opúsculos y fragmentos inéditos. ed. Couturat págs. 27 y 28).
La lengua artificial no se sitúa solamente en la llegada de una invención de la cual procedería, procede también de la invención, su invención sirve para inventar. La nueva lengua es ella misma un ars inveniendi o el código idiomático de este arte, su espacio de firma. Tal una inteligencia artificial, gracias a la independencia de cierto automatismo, preverá el desarrollo y precederá a la culminación del saber filosófico. La invención sobreviene y previene, excede el saber, al menos en su estado actual, en su estatuto presente. Esta diferencia de ritmo confiere al tiempo de la invención la virtud de una apertura productora, incluso si la aventura inaugural debe ser vigilada en última instancia teleológica, por un analitismo fundamental.
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