Qué ganas de leer toda esa narrativa, ahora, qué manera de construir una lectura interpretativa que a su vez dé cuenta con precisión y sutileza de los modos en que esa narrativa sepliegasobre o sedespegade una moral compartida de la escritura. Y qué manera de resolverlo con hospitalidad.
Cerramos el paréntesis: la revisión ajustada de las intervenciones demuestra
que la perspectiva que mejor expresaba lo que se hubiera denominado en trazos gruesos como un “consenso grupal” de la revista tiende a la confluenciaentre valores humanistas y compromiso con la forma. Esto emerge con claridad de los equívocos del desagravio a Borges, pero principalmente de la revisión del debate de “Moral y literatura” que propone la revista en 1945. Y esta confluencia no necesariamente encuentra su centro gravitacional en Borges ni tampoco en Mallea: más bien es la narrativa de Bianco la que tiende hacia allí.
La construcción de esta cartografía en la que se ven curvas dinámicas e inflexiones sutiles es una elaboración brillante que diluye cualquier posibilidad, basada en prejuicios sobre la revista, de consensos monolíticos y posiciones necesariamente congruentes punto por punto en relación con la narrativa. La perspectiva de la revista respecto de una “moral de la literatura” debe leerse como un mapa de múltiples grises que condensan sus líneas en torno de un núcleo conceptual colectivamente construido: gráficamente se puede pensar como un diagrama de curvas que se vuelve denso hacia determinado punto. La analogía entre saberes heteorogéneos no es gratuita.
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